El cuento más hermoso del mundo

martes, 2 de diciembre de 2008

Esto no es un cuento. Es una historia real que sucede todos los días. Una historia real que comienza en la Arcadia. Con un personaje muy real.
Cuenta esta historia que un día estaba Eros, el dios del amor, sentado en una piedra, refunfuñando y pensando:
“¿Cómo me puede suceder esto a mí? ¿Cómo? ¿Cómo yo siendo el dios del amor puede sucederme?” Pensaba Eros muy enfadado. “¿Cómo es posible? ¿Cómo yo siendo el dios del amor, sea posible que no me haya enamorado nunca?
Si, ya lo sé. Dicen que Psique se enamoró de mí. Y es cierto que aquella pobre muchacha bajo hasta el infierno a buscarme. Pero yo… nada… pobre. No pude enamorarme de ella. No pude… era demasiado cabal para mí… y toda aquella historia… y yo nada”
Y Eros pensó y pensó y decidió que pediría a Zeus que le hiciera hombre, para bajar a la tierra y sentir lo que él otorgaba a los hombres. Y así hizo. Eros subió al Olimpo en busca del padre de los dioses y cuando estuvo enfrente de él le solicito:
“Zeus, mira…. Sé que te he hecho muchos favores ¿Recuerdas aquella vez que te convertí en Toro para ligarte aquella joven? ¿Y la otra vez que te convertí en lluvia? ¿Y cuando te preparé todo aquel montaje para que naciera Hércules? Pues ahora debo pedirte yo algo a ti. Hazme humano. Un hombre, para bajar a la tierra y poder probar el amor que yo otorgo. Hay muchas cosas que no comprendo. No comprendo cuando me imploran los hombres que les de con una de mis flechas, ni comprendo cuando huyen de mí como la peste. No comprendo lo que es el amor ni los dones que otorgo.”
Zeus sonrió y acepto el trato. Dicho y hecho. Con un chiscar de dedos Zeus convirtió a Eros en humano y bajo a la tierra.
Y Eros se convirtió en hombre. En un niño. Un niño pequeño como cualquier otro. Con un padre como cualquier otro, don Melquíades Estanislao de las Rosas. Y una madre como cualquier otro, doña Engracia Mengisvundis de todos los santos. Y Eros fue niño como cualquier otro al que llamaron Facundo Gertrudis de las Rosas y los Santos. Como cualquier otro niño.
Pero aquel niño, era un niño muy feo. Tan feo que cuando sus parientes y primos le vieron, le dijeron a la madre: “No le des el pecho, dale la espalda” “Lánzalo a ver si vuela. No es un niño. Es un murciélago” Pero a pesar de todo lo feo que era, Facundo no era humano. Era Eros, el dios del amor.
Y aquello hacia que todos se enamoraran de él, al instante. En el patio de colegio, las niñas (y algún que otro niño) le metían cartas en la mochila. Le hacían tarjetas postales con macarrones donde ponían el nombre de Facundo junto al suyo. Le tiraban del pelo. Lo metían al baño de las chicas y por las noches le tiraban piedras a la ventana y cuando salía se encontraba una panda de mariachis que le cantaban canciones de amor.
Pero a Facundo nada le impresionaba y seguía viviendo sin conocer aquello que deseba.
Facundo, Eros, siguió creciendo y se convirtió en todo un galán. Paseaba por el barrio con su chaqueta cruzada y un sombrero blanco y unos andares chulescos que enamoraban a las porteras y verduleras del barrio. Las niñas suspiraban ante sus andares y soñaban con que les llevará la compra y cenaran con ellas en las hamburgueserías. Pero Eros no hacia caso, al contrario disfrutaba mientras veía como suspiraban por sus huesos y recibía cartas de amor, y tocaban los mariachis bajo su ventana.
Hasta que llego un día.
Un día en que Eros miraba por la ventana, observo como bajo su balcón aparcaba una furgoneta de mudanzas. De él camión vio bajar una muchachita, rubia con los ojos claros, una niña preciosa que se mudaba al edificio del frente bajo su ventana. En aquel momento Eros no podía creer lo que veían sus ojos. El corazón le daba un vuelco y su respiración se contraía. No podía dominar su boca, ni sus brazos y se convertía en un amasijo de nervios como nunca lo había sentido. Sin pensarlo dos veces Eros se vistió con su chaqueta y su sombrero, atravesó corriendo el comedor, bajo las escaleras de dos en dos, salto al rellano, salio a la calle y cruzó la acera. Se paró frente a ella e intento caminar con su aire más chulesco posible. Cuando estuvo frente a ella intento pronunciar alguna frase inteligente, pero apenas le salio cuatro balbuceos sin sentido. Ella le miro, le estrecho la mano y subió para su casa. Eros no podía creer lo que le había ocurrido.
Eros estaba confuso, no sabía muy bien a que se debía esa reacción. Meditaba mucho sobre ese momento vivido. Y probaba todo con aquella muchacha. Cuando pasaba por la calle le tiraba piropos. Hacia postales con macarrones con sus dos nombres y se las colaba en el buzón. Le mandaba rosas a casa y como no recibía respuesta, mandaba violetas, girasoles y crisantemos. Hasta lechugas intento. Por las noches le tiraba piedras a la ventana y cuando salía se encontraba una panda de mariachis que le cantaba canciones de amor. Pero nada parecía funcionar.
Eros Pasaba el día pensando y mirando por la ventana a aquella muchacha. Pasaban y pasaban los días y Eros se desesperaba. Una larga barba le crecía, el traje se llenaba de polvo mientras él, en calzoncillos paseaba de derecha a izquierda por la casa y arriba y abajo. Había noches en que esa desazón que había sentido el primer día le llenaba el pecho y le quitaba el sueño. El hambre no llegaba al amanecer, ni el sueño al anochecer, las tardes se volvían vacías, las palabras de la gente sordas, el brillo del sol estupido y le figura de la luna ridícula cuando recordaba los ojos de aquella niña.
Por las mañanas se levantaba y la miraba por la ventana como regaba sus plantas y pensaba, pensaba en como hacer para conseguir acercarse a ella. Y un día cuando Eros ya no contaba con ninguna idea, mientras miraba a su amada se le ocurrió.
Cogío un lápiz y un papel y comenzó a escribir. A escribir el cuento más hermoso que sabía. Un cuento capaz de encoger el corazón al más cruel, iluminar al desesperado, devolver las ganas de vivir al suicida y capaz de decirle a aquella niña todo lo que él sentía. El cuento más hermoso del mundo. Y lo hizo.
Cuando lo hubo acabado, Eros, atravesó el comedor corriendo, bajo las escaleras de dos en dos, salto al rellano, salio a la calle y cruzó la acera. Bajo la ventana de aquella niña lo leyó en voz alta y termino gritando ¡Te quiero! Lo más alto que le permitieron sus pulmones hasta que se le rasgo la voz.
La muchacha al oírle le dio un vuelco al corazón y corriendo atravesó el comedor, bajo las escaleras de dos en dos, salto al rellano, salio a la calle y cruzó la acera. Se plantó frente a Eros y le dio un beso un gran beso de amor.
Cuando Eros sintió aquel beso, todas las noches sin dormir, todo el desazón de su corazón, toda la ansiedad de sus días, todo el amor que había sentido por ella… se esfumó como el humo. Como humo de incienso.
La vida es así de puta a veces.
Cuentan que Facundo, Eros, no aguanto. No aguanto volver a aquel día a día sin albergar ese sentimiento en su corazón. Las tardes se tornaron de nuevo grises y los amaneceres sin sentido, las palabras huecas y las risas vulgares. Y marchó, marchó de la ciudad lejos… muy lejos hasta que encontró un puente muy alto, camino por el pasamanos y se tiro al vació. Murió. Y volvió al Olimpo, para escuchar las risas de Zeus.
Otros cuentan que no fue así. Que Eros continúa por aquí. Borracho como una cuba. Yendo del brazo de su amigo Baco, cerrando taberna tras taberna. Y cuando ya esta débil e indefenso por el alcohol y ni siquiera puede tenerse en pie, se acuerda de ella. Coge una flecha de su carcaj, tensa el arco y dispara una saeta envenenada que borracha cruza la noche, atraviesa los edificios, saluda a los vecinos que cenan en sus casas, despierta a los niños que duermen en sus camas, escandaliza a los pájaros que pían en las ramas, hace sonreír a los vagabundos y continua se viaje incierta y caótica hasta que puede darnos… un día de estos… a ti o a mí.

2 comentarios:

fauston dijo...

felicidades con un mes de retraso

fauston dijo...

En el foro estamos escribiendo un relato entre todos, unete si kieres...