El banco

jueves, 26 de marzo de 2009

Me contaba mi padre una historia que ayer me vino a la cabeza:
Cuando hice la mili, en mi cuartel a diferencia del resto, en vez de haber cuatro milikos de guardia, había cinco.
Cuatro se apostaban haciendo el turno en su garita correspondiente y el quinto lo hacía al lado de un banco.
Ese banco, un banco de madera ordinario y normal como el que hay en todos los parques, no ocultaba nada peculiar. Estaba en la parte de atrás del cuartel, junto al campo de fútbol y en una esquina ciega que cuando vigilabas te obligaba a mirar hacía un olmo que no tenía, tampoco, nada de particular.
Los quintos nos desgranábamos la cabeza intentando averiguar porque hacíamos guardia toda la noche en ese banco. Banco en el que, por cierto, no podíamos sentarnos. No tenía ningún sentido estratégico y por allí nunca pasaba nadie por la noche.
Estuvimos así todo la mili hasta que, casi al final, llego un teniente nuevo que también se extraño de que tuviera que destinar allí a un miliko a guardar ese banco.
El teniente, al parecer, indago e indago buscando el informe donde se daba la orden para hacer guardia en ese banco. Sin encontrarlo debió bajar al archivo y siguió buscando hasta que halló la orden.
Ochenta años antes, el capitán al cargo, había ordenado hacer guardia en ese banco porque estaba recién pintado.
A continuación siempre exclamaba:
!Qué gilipollas son los militares!
La de guardias que me chupe en aquel banco.